Entraron por el acceso de la carretera de Reynosa como caballos desbocados. Los pistoleros enfilaron a la comandancia de la Policía Municipal, bajaron de sus vehículos y comenzó a sonar el tableteo de sus ametralladoras contra el viejo edificio. La gente que estaba alrededor echó el cuerpo a tierra y como pudo fue a refugiarse.
El tiroteo amainó. Seis policías municipales asustados, golpeados, jadeando con la boca abierta, rojos de sangre y con el miedo en la mirada, fueron sacados de la comandancia por los pistoleros, quienes gritaban consignas contra los Zetas. Ésa fue la última vez que se vio a los seis policías y fue también la última vez que hubo policías municipales en Ciudad Mier.
El comando instaló pistoleros en los tres principales accesos al corazón de Ciudad Mier y montó un cerco para que cuatro camionetas exploraran las calles en busca de casas y negocios a los que hombres de rostro parco entraban por personas específicas. En ese lapso, la plaza principal, ubicada frente a la comandancia, fue usada como paredón. Vaciándose de sangre, dos hombres detenidos por los pistoleros fueron llevados a la plaza. Ahí los acribillaron y después los decapitaron. Sus cabezas terminaron colocadas en un rincón de la plazoleta. Con el paso del tiempo, por el uso frecuente que se le dio, aquel rincón sería conocido como “La Esquina de los Degollados”.
Un par de horas después de que los pistoleros abandonaron el pueblo, el Ejército hizo un rondín fugaz y desapareció antes de que oscureciera. Toda la semana siguiente el pueblo vivió con somnolencia. El silencio de las noches era cortado por voces lejanas y disparos aislados. Las calles estaban sucias y ruinosas, sencillamente no hubo cómo realizar los festejos anuales del 6 de marzo, los cuales fueron cancelados en ese 2010, algo que no sucedía desde la época de la Revolución.
2
Aunque no ves a nadie, sabes que hay alguien viéndote a ti. Lo sientes mientras caminas entre el metal escupido por las bocas de los fusiles, regado entre vidrios rotos que, pese a tu cautela, es inevitable hacer que crujan con la pisada de las botas. Debes apurarte a terminar de mirar las gruesas manchas de sangre seca y los miles de impactos de bala que aún quedan en las paredes de las casas. No puedes dejar que caiga la noche mientras buscas recuperar más testimonios de lo que sucedió estos meses aquí. La oscuridad de una zona de guerra no es lo mismo que la oscuridad a secas, además, no existe ningún hotel o sitio al cual meterte a pasar la madrugada. Por ahora, éste no es el Pueblo Mágico que se anuncia a la entrada: a juzgar por la destrucción existente, es la primera línea de la guerra de Tamaulipas.
Se supone que los bandos en pugna emprendieron la retirada hace unas semanas a los campamentos que han montado en ranchos cercanos, y tú, aunque no vengas empotrado a una unidad del Ejército, que porta casco y un chaleco antibalas pesado y caluroso, puedes caminar por estas calles donde se ven construcciones cubiertas de ceniza, con basura chamuscada en el suelo y sin señal aparente de vida en su interior. Pero sabes que estás en un pueblo fantasma y es posible que los fantasmas te estén observando.
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Lo de Ciudad Mier no fue un estallido de violencia irracional. La incursión del 22 de febrero de 2010 formaba parte de un plan más ambicioso para tomar el control de la franja divisoria entre Tamaulipas y Texas, conocida del lado mexicano como la Frontera Chica. Zona clave para cualquier tipo de tráfico ilegal a Estados Unidos, aquí se localiza también la Cuenca de Burgos, el principal yacimiento de gas natural con que cuenta México.
Las cabeceras de pueblos como Miguel Alemán, Camargo, Valle Hermoso y Nueva Ciudad Guerrero fueron asaltadas de la misma forma en que ocurrió con Ciudad Mier. El inicio de esta ofensiva que el país tardó en identificar tiene varios nombres: quienes la emprendieron —los integrantes del C.D.G.— reivindicaron su ataque sorpresa como “La Vuelta”, mientras que el blanco de su ofensiva, los Zetas, marcó esa fecha del calendario con el título de “La Traición”. En cambio, la gente, simplemente lo llamó “El Alzamiento”.
Los ataques coincidieron con la divulgación en México de unas palabras de arrepentimiento de Osiel Cárdenas Guillén, quien lideraba ambos grupos antes de ser extraditado a Estados Unidos, donde a cambio de una pena reducida de 25 años de prisión en una cárcel de mediana seguridad, proporcionó información clave contra los Zetas, agrupación que él mismo fundó una década atrás.
Cuando estalló la guerra en Tamaulipas —un estado cuyo tamaño es cuatro veces mayor que el de El Salvador, y cuyas costas abarcan buena parte del Golfo de México—, no hubo referencia ni posicionamiento particular de las corporaciones policiacas estatales y federales para dar cuenta de lo que estaba sucediendo. Ante las preguntas de algunos periodistas sobre los reportes de balaceras y enfrentamientos en la región, el entonces gobernador Eugenio Hernández dijo que se trataba de pura psicosis. En la bitácora pública de actividades, la Comandancia de la Octava Zona Militar del Ejército apenas reconoció tres enfrentamientos, en los cuales cayó un soldado y otros once fueron heridos. Finalmente, basados en un reporte de la DEA, funcionarios del gobierno federal filtraron a columnistas de la ciudad de México que lo que sucedía se debía a una alianza de el cártel del Golfo con el cártel de Sinaloa y la Familia Michoacana, bajo un lema que —según decían— convenía a todos: “México unido contra los Zetas”.
Estás frente al Hotel El General, bautizado así en honor a Francisco Villa: un edificio blanco de tres pisos, ubicado en el cruce de las calles Allende y Colón, a menos de 20 kilómetros de distancia del puente internacional de Roma, Texas, uno de los accesos que tiene Ciudad Mier a Estados Unidos. Puedes reconocerlo por el mural que representa a Pancho Villa. Durante los días de combate, en una de las ventanas contiguas al mural se instaló un francotirador en busca de cabezas. Las construcciones de mayor solidez en el pueblo fueron usadas como lugar de resguardo durante las batallas callejeras, y las que no fueron incendiadas, acabaron con más hoyos que un queso gruyère y aún se encuentran severamente dañadas.
Ciudad Mier fue sitiada por lo menos en tres ocasiones a sangre y fuego en 2010, pero los francotiradores no fueron los que sembraron el mayor terror. En una de las incursiones, uno de los grupos armados capturó a un peón apodado Pepino y lo sometió a juicio sumario. A plena luz del día lo llevaron hasta la plaza principal, donde lo estuvieron golpeando bajo la acusación de ser un halcón (vigía) del bando rival. Él alegaba que esto no era cierto mientras le cortaban un brazo. Todos los habitantes del casco principal podían oír su gritadera mientras lo descuartizaban. Nadie se asomó. Tanto era el miedo que pasaron casi doce horas antes de que alguien se atreviera a descolgarlo de la rama del árbol donde lo ahorcaron.
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